16 de mai. de 2005

Andam dizendo por aí...

Nacionalistas antes que izquierdistas
Los que creían que Lula y Kirchner serían, en sus relaciones políticas, izquierdistas antes que nacionalistas, se equivocaron. Ha pasado tiempo como para entender que ambos son nacionalistas antes que izquierdistas para relacionarse entre sí y con el vecindario. La fuerte tensión que se ha generado en estas semanas entre ambos es sólo una prueba más.
Alvaro Vargas Llosa - corresponsal
Fecha edición: 15-05-2005
Los que creían que Lula da Silva y Néstor Kirchner serían, en sus relaciones políticas, izquierdistas antes que nacionalistas -camaradas antes que rivales-, se equivocaron. Ha pasado ya suficiente tiempo como para entender que ambos son nacionalistas antes que izquierdistas a la hora de relacionarse entre sí y con el vecindario en general. La fuerte tensión que se ha generado en estas semanas, por enésima vez, entre ambos países es sólo una prueba más.
El nacionalismo de cada cual se expresa de manera algo distinta. El de Kirchner es más bien proteccionista, tanto en lo económico como en lo político. Busca, en lo económico, protección contra un supuesto asedio comercial brasileño, contra la mayor competitividad brasileña y contra la mayor captación de inversiones por parte de su vecino. En lo político, busca limitar la mayor proyección internacional de Brasil para evitar quedar en un papel disminuido.
El nacionalismo de Lula se manifiesta al revés: es más bien expansivo, proyectándose hacia el exterior con una desbocada campaña para capturar toda clase de instancias burocráticas internacionales para pisar fuerte en el mundo y reorganizar el esquema de integración sudamericana de acuerdo con un claro liderazgo brasileño.
Estas dos visiones, actitudes y líneas de acción son el fondo del problema. Todos los incidentes coyunturales, incluido el desencuentro actual, remiten a la tensión entre estos dos nacionalismos. Argentina prefiere culpar al factor externo de algo que es esencialmente un problema interno, y Brasil quiere ser una potencia mundial antes de terminar de resolver su propia condición de país subdesarrollado, que aún con el progreso de estos últimos años tiene para rato. Por tanto, veremos constantemente a estos dos países encendiendo y apagando fuegos en su pirotécnica relación vecinal.
Cambio de condiciones
El gobierno de Kirchner expresa dos objeciones básicas en este momento. Una, de tipo comercial, la expresa abiertamente. La otra, de tipo diplomático, la expresa más indirectamente, por lo general mediante filtraciones a la prensa bonaerense. La objeción comercial radica en que las importaciones industriales brasileñas casi se han duplicado en el último año, "afectando" a productores locales de calzado, textiles o máquinas agrícolas. Actuando casi como un brazo de la Unión Industrial Argentina -poderoso lobby local-, el gobierno de Buenos Aires quiere negociar un cambio de condiciones con Brasil.
Ya en julio pasado Argentina, contraviniendo el espíritu del Mercosur, decretó salvaguardas contra televisores, cocinas y otros bienes brasileños. En septiembre, el ministro de Economía, Roberto Lavagna, entregó a su par brasileño, Antonio Palocci, un reclamo-propuesta que pretendía evitar que Brasil se lleve todas las inversiones y que sus exportaciones sigan inundando Argentina. Ahora, Buenos Aires ha insistido, con ocasión de la cumbre de países sudamericanos y árabes realizada en Brasil, con una nueva propuesta.
El problema es que Argentina es menos competitiva que Brasil. Sus exportaciones no tienen el mismo atractivo que las de su vecino. Su capacidad para atraer inversiones, después de hacer la guerra sistemáticamente a todas las empresas que invirtieron en los 90 y de no reconocer parte significativa de los bonos que había emitido el Estado argentino, es muy inferior a la de Brasil, que ha visto aumentar sus inversiones en un 79% el último año. Y eso que Argentina devaluó su moneda traumáticamente hace tres años, lo que le dio una ventaja mucho mayor de la que tuvo Brasil cuando devaluó la suya en 1999, pues aquella devaluación fue mucho menor.
Por lo demás, Argentina se expone seriamente a represalias brasileñas si sigue planteando medidas proteccionistas: ya los productores brasileños de vino y harina de trigo empiezan a presionar a Lula para establecer sus propias salvaguardas. Todo esto es, desde luego, un retroceso monumental en el proceso de integración económica iniciado en los 90.
Por tanto, en este asunto claramente tiene razón el ministro brasileño Luis Furlan, quien ha amenazado con renunciar si Brasil cede. La mejor forma en que Kirchner puede "protegerse" de la competencia brasileña es no haciendo muchas de las cosas que hizo en todo este tiempo y que tanta popularidad le trajeron en lo inmediato. Argentina, que ha acumulado en 20 meses más inflación que en los ocho años anteriores, empieza a redescubrir que el populismo tiene un precio.
Apetito brasileño
Ahora bien: en el campo político, si bien Argentina está tratando de evitar que la supremacía brasileña le haga mucha sombra, es cierto que Brasil está "apretando el acelerador" demasiado. Según Clarín, el propio Kichner lo dijo así: "Si hay un lugar en la Organización Internacional del Trabajo, Brasil lo quiere. Si hay un espacio en las Naciones Unidas, Brasil lo quiere (...) Hasta querían un Papa brasileño".
La reciente cumbre de países sudamericanos y árabes, sumada a la Comunidad de Naciones Sudamericanas lanzada a fines del año último, son claras expresiones del liderazgo regional que Lula pretende. Y es muy cierto, como perciben en Buenos Aires, que Brasil ha pasado a despreciar un poco el Mercosur, al que ven como un objetivo limitado para la proyección que los brasileños buscan internacionalmente. Otra expresión de ese liderazgo es el acuerdo firmado para crear Petrosur, integración energética a nivel estatal entre Brasil, Venezuela y Argentina, en la que claramente Lula lleva por ahora la voz cantante aunque Chávez sea el más rico en petróleo.
Allí Lula se muestra mucho menos liberal que en cuestiones comerciales, pues le interesa usar el petróleo del Estado como instrumento de proyección política. No se trata tanto de reemplazar al anquilosado Mercosur por una dinámica comunidad sudamericana, cuanto de ampliar el radio de influencia política de Brasilia.
En cierta forma, es inevitable que el gigante brasileño pise fuerte. Pero Lula no parece reparar en que existe una disparidad entre esa ambición desmedida y la realidad interna de su país. Sí, hay un Brasil de primer mundo, como es obvio para cualquiera que pise ciertas zonas de Sao Paulo, y la economía brasileña ha repuntado fuertemente en los últimos tiempos, gracias a que Lula ha evitado el populismo que alguna vez prometió. Pero con 60 millones de pobres y una economía menos encaminada que las del Asia o Europa central, hay una tarea interna pendiente que puede verse desplazada por este nacionalismo de diplomacia superabundante.
Es un escenario, paradójicamente, en el que Estados Unidos, cuya influencia Brasilia quiere contrarrestar, podría salir beneficiado. Los vecinos de Brasil que tarde o temprano empiecen a recelar del hegemonismo político de Lula en la región tenderán a acercarse más a Washington -y, por tanto, a Lula puede salirle la apuesta al revés si no mide su ritmo-. Quizá no ocurra bajo los gobiernos actuales, pero podría ocurrir bajo los siguientes, y no falta mucho tiempo.


El dilema del terrorista bueno
Gustavo Sierra.
gsierra@clarin.com
Luis Posada Carriles, el anticastrista que viene intentando asesinar a Fidel Castro y minar al régimen cubano desde hace 45 años, llegó en forma clandestina a Miami el mes pasado para pedir asilo político. Los círculos de exiliados cubanos comenzaron a presionar al gobernador de Florida, Jeb Bush para que hablara con su hermano, el presidente, y resolviera el asunto con urgencia. Dicen que se le debe otorgar el asilo por razones humanitarias. Posada, 75 años, sufre un cáncer avanzado y fue a Estados Unidos para recibir tratamiento.

El problema es que Posada es acusado de haber organizado al menos tres actos terroristas en los últimos 25 años. Si se le da el asilo, se estaría discriminando entre un "terrorista bueno" y todos los otros perseguidos en la lucha antiterrorista lanzada por Bush tras los atentados del 11 de setiembre.

De acuerdo a documentos desclasificados del FBI, Posada organizó el atentado en 1976 que hizo explotar en el aire un avión de pasajeros de Cubana de Aviación dejando 73 muertos. Quince días antes, un grupo de asociados suyos colocó otra bomba debajo del auto del ex canciller chileno Orlando Letelier en Washington matando a él y a su secretaria. Y de acuerdo a su propia confesión en un reportaje del New York Times, ordenó la colocación de bombas en varios hoteles de La Habana en 1997 que dejaron un turista italiano muerto y varios heridos.

Posada fue agente de la CIA entre 1961 y 1967 y entre 1969 y 1974 uno de los oficiales de mayor graduación del servicio de inteligencia de Venezuela, la Disip. Luego, se recicló como ideólogo de la Contra en Nicaragua y finalmente como agente secreto de Guatemala. En noviembre del 2000 entró a Panamá con 33 kilos de explosivos plásticos para atentar contra Fidel Castro que había llegado para una cumbre. Lo atraparon y pasó cuatro años en la cárcel hasta que la presidenta Mireya Moscoso lo amnistió.

Bush tiene ahora el dilema.

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